Opinión: "Los Indianos de La Palma: el carnaval más caro"

 


Desde hace años tengo una espinita clavada: vivir los Indianos de La Palma, esa fiesta blanca, elegante y polvorienta que, al menos una vez en la vida, todo canario debería disfrutar. Me imagino ya vestido de lino, sombrero panamá, guayabera bien planchada y cargado de polvos de talco. Pero cada vez que intento organizar el viaje, la ilusión se me va evaporando como si fuese ron a pleno sol.

Este año decidí ponerme serio. En pleno mes de julio, con antelación y toda la buena voluntad, empecé a buscar alojamiento. Craso error. ¿Resultado? Precios de hotel más propios de Dubái en temporada alta que de una isla que, en teoría, acoge con cariño a su gente. Tres noches por más de 1000 euros, y eso en alojamientos que el resto del año no superan los 70 la noche. ¿El motivo? La excusa eterna: "alta demanda". Pero digo yo, ¿no será más bien alta codicia?

Pensé que igual me estaba volviendo loco. Me fui a mirar los alojamientos más alejados, esos donde uno está casi más cerca de Venezuela que de Santa Cruz… y sorpresa: también carísimos. Ya ni el aislamiento baja los precios. A eso súmale los billetes de avión (porque nadar no es opción), el alquiler de coche (porque el teletransporte sigue sin estar operativo), y los gastos propios de cualquier carnaval. Al final, para vivir la experiencia, hay que empeñar la herencia.

Aún así, no me rendí. Me dije: "Venga, Canarii, prueba con un paquete de agencia, a lo mejor amortiguas el sablazo". Y sí, parecía más asequible: unos 900 euros para dos personas con viaje y estancia. Pero con una letra pequeña que más bien parecía novela de terror: había que pagarlo todo de golpe, sin opción a respiración asistida ni plazos. Además, el hotel no ofrecía traslado a la fiesta, lo cual me pareció un detalle importante, porque intentar aparcar ese día en Santa Cruz es como buscar agua en Marte.

Y ahora viene la parte más surrealista del asunto. El paquete incluía un hotel a unos 5 kilómetros de Santa Cruz. Curioso, investigué por mi cuenta y traté de reservar esa misma habitación, esas mismas fechas y condiciones directamente con el hotel. ¿Y qué me encuentro? ¡El doble de precio que lo que me ofrecía la agencia! ¿Cómo es eso posible? Misterios del capitalismo isleño, supongo.

Todo esto me lleva a una triste conclusión: disfrutar de eventos populares en Canarias se está convirtiendo en un lujo de élites. El carnaval, las romerías, las fiestas tradicionales… cada vez más lejos del alcance de quienes las han mantenido vivas durante generaciones. Los precios suben sin freno, las empresas hacen su agosto en febrero, y los sueldos siguen ahí, quietitos, más congelados que un barraquito sin leche caliente.

Así que, otro año más, me quedaré con las ganas. A no ser que algún palmero o palmera generoso me adopte por tres días, veo difícil bailar al son de la conga entre nubes de polvo blanco. Mientras tanto, me contentaré con ver fotos en redes y decir: "algún día, sí… cuando bajen los precios o me toque el bonoloto".

Reflexión final

La cultura canaria no puede convertirse en un producto de lujo. Si nuestras fiestas populares acaban siendo solo accesibles para turistas con tarjetas doradas o para unos pocos privilegiados, perderán su esencia, su raíz y su razón de ser. Las instituciones y el sector privado deben encontrar un equilibrio entre rentabilidad y accesibilidad. Porque si celebrar lo nuestro ya no es para nosotros, ¿entonces para quién es?

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