Un país en llamas y un futuro en riesgo

El olor a humo ya no sorprende. El cielo se tiñe de naranja. La luz se apaga en pleno día. Las cenizas caen como una nieve maldita. Lo que arde no es solo madera: son décadas de vida. Raíces centenarias. Nidos y madrigueras. Arde la esperanza de que la naturaleza siga teniendo un lugar en nuestro mundo. Y mientras el fuego avanza… nosotros seguimos mirando hacia otro lado. Cada verano, el mismo guion. Montes y bosques arrasados. Fauna que huye o muere atrapada. Paisajes convertidos en páramos negros. Y nuestros políticos de turno más preocupados en repartirse culpas que en prevenir la tragedia. La prevención real brilla por su ausencia. Los planes llegan tarde, o ni llegan. Y cuando lo hacen, son parches. No siempre son accidentes. Hay incendios que huelen más a negocio que a humo. Tramas urbanísticas que ven en el fuego una oportunidad. Un atajo para recalificar. Y mientras tanto, el cambio climático aprieta: veranos más largos, temperaturas extremas, sequedad que convierte...